El concepto de género está sometido a manipulaciones sociales. Una convención impuesta. No asociada a factores biológicos. Nacer hombre o mujer no supone implicaciones de comportamiento irreversibles. Nos comportamos como tales por educación. Los roles sexuales se aprenden en función de los hábitos culturales. No son innatos. Las mujeres no son hembras porque lleven tacones. Los hombres no son machos por llevar corbata.
Beatriz y los cuerpos celestes, Lucía Etxebarría (pág. 204)
Una mujer, me decía mi madre, no debe ir sola a un bar. Todo el mundo sabe qué es lo que buscan en los bares las mujeres sin compañía.
Beatriz y los cuerpos celestes, Lucía Etxebarría (pág. 23)
Su hermana mayor se casó con un gañan de manos rojas y cintura de barril cuyo único mérito aparente parecía ser la seguridad de que en un futuro sería capaz de llevar una granja.
Beatriz y los cuerpos celestes, Lucía Etxebarría (pág. 35)
¿Qué pasaría si me dirigiera a alguno de esos chicos guapos del autobús y le dijera. aquí estoy, haz conmigo lo que quieras. ¿Hace eso una mujer?
Beatriz y los cuerpos celestes, Lucía Etxebarría (pág. 53)
"Herminia, hija, qué niña tan antipática y tan rara has criado, más tiesa que un palo, más seca que una alpargata". De haber sido yo un chico seguro que no habrían insistido tanto, y quizá yo no habría acabado tan obsesionada con mi aspecto.
Beatriz y los cuerpos celestes, Lucía Etxebarría (pág. 120)
Se hablaba de ocupaciones etiquetadas como más o menos adecuadas para la virilidad de un hombre o más o menos incorrectas para la feminidad de una mujer. A las mujeres les correspondía una cierta forma de docilidad, de refinamiento, de sensibilidad de gustos, de comportamientos. Ellos eran más fuertes y rudos, menos sensibles, más encaminados al trabajo duro.
Beatriz y los cuerpos celestes, Lucía Etxebarría (pág. 130)
Cuando la niña creció su madre, su padre y sus tías se pusieron de acuerdo por una vez. La niña no podía quedarse en Oviedo, porque allí todo el mundo sabía lo de su enfermedad, y resultaría imposible casarla. Al padre, que era abogado y había estudiado en Madrid, no le apetecía condenar a la niña a la maledicencia de los ignorantes, y a la madre y a las tías les parecía una pena que una delicia de chica como aquella, tan fina y tan mona, se tuviera que quedar a vestir santos.
Beatriz y los cuerpos celestes, Lucía Etxebarría (pág. 149)
Entonces me quería de verdad, y yo me casé con él segura de él, de que él me cuidaría toda la vida. Él, que había imaginado niños correteando por la casa, uno o dos varoncitos que perpetuaran su nombre y una niña que heredara la belleza de la madre, se decepcionó al ver que aquellos niños no llegaban y se cansó pronto de ella, como un niño que, aburrido de jugar, relega para siempre a un rincón aquel cochecito por el que había suspirado tantas meses.
Beatriz y los cuerpos celestes, Lucía Etxebarría (pág. 152)
[...] Las susodichas guías tampoco tenían desperdicio: en una decía algo así como “al cuarto mes de embarazo te podrán hacer una amniocentesis y sabràs el sexo del bebé. Ya puedes llamar a la abuela y decirle si tiene que tejer los patucos azules o rosas”
Un milagro en equilibrio, Lucía Etxebarría
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