Del Portal OACA
Me rehúso a ser una ficha del ajedrez capitalista y moverme por las casillas que me está permitido; mis movimientos no están limitados ni por el campo de juego ni por la posición que esperan que ocupe en él. Mi libertad choca necesariamente con las instancias de poder que me pretenden, sino súbditx, por lo menos inofensivx y dócil; pero la docilidad, esa forma degradante de ser en el mundo, nunca será mi virtud. Quizás quien me escuche pueda confundirme con la persona rebelde que, en última instancia, lo que busca es ser reconocida por otra como rebelde; yo no espero un gesto de aprobación que me indique que lo estoy haciendo bien; mi libertad es verdaderamente libre, o aspira a serlo; hacia ella voy mediante la práctica continua y peligrosa de la insumisión.
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Sé muy bien que las estrategias de dominación que se ciernen como redes sobre nosotrxs no sólo son explícitas, no sólo se trata de la fuerza pública y de las balas opresoras; esas redes de poder alcanzan hasta el más ínfimo espacio de nuestra cultura, como lo ha mostrado brillantemente M. Foucault.
No es exagerado decir que la voluntad de dominación sobre la individualidad se extiende hasta lo más íntimo, hasta el cuerpo mismo, así en el individuo como en la masa; las formas de la cortesía diaria revelan ya el imperio de un poder sobre nosotros, aquel que quiere hacernos animales domésticos; el principal argumento que se esgrime a favor de la domesticación del ser humano, un mamífero de su casa al trabajo, del trabajo a la casa y de rumba los weekends; es el de la convivencia, el de que es mejor un hombre doméstico, que no ladre y mucho menos que muerda, encerrado en el sortilegio de la paz capitalista que consiste en trabajar, en servirle a la sociedad.
Una persona poco docta al respecto, pero más sincera que la mayoría, diría que si bien la jornada laboral es muy larga y prácticamente no deja espacio para el goce propio, el ocio, la pereza, la lectura, la seducción, la actividad, sin embargo por lo menos hay zonas de tolerancia dentro de la ciudad[1], lugares o situaciones en los que se permite la transgresión explícita de la norma en las que se permite “enloquecerse” y descargar así las tensiones acumuladas por la falta de libertad diaria; quien así piensa no se da cuenta que esas zonas de tolerancia hacen parte de una estrategia de poder que busca que el grado de opresión no llegue hasta el punto en que los individuos se subleven; porque la historia (incluso la más reciente) enseña que más rápido cae un gobierno opresor que uno al que se le dé su lugar a la ilegalidad.
El gobierno te ofrece múltiples opciones de profesionalización en las que no sólo uno (si tiene la posibilidad) debe encajar en lo ofrecido, sino que además lo ofrecido está al servicio de la máquina de sobre-producción capitalista, y la libertad genuina, aquella que consiste en ser uno mismo y dedicarse a experimentar una vida plena en la que el individuo (y no la sociedad misma) sea el eje fundamental de la sociedad. Inocentemente terminamos pensando que ejercimos nuestra libertad al elegir lo que queríamos estudiar, y no nos damos cuenta que esa elección estaba ya sobredeterminada en tanto peones de un juego de ajedrez que preexiste a nuestra llegada a él.
“El que no trabaja no sirve” dictamina la sabiduría popular, y el que no tiene un trabajo decente[2] es mal visto, es un improductivo social; es que la productividad se ha convertido en estos tiempos en la medida de un hombre de bien o de un vago; claro está, la productividad que alimente las fauces del sistema, que lo vuelva más fuerte.
Pero por qué no sacar al término productividad la capa semántica que las sociedades industriales han depositado sobre él, y pensarlo más bien desde la perspectiva de producir una organización social en la que lo fundamental sea el individuo, en la que la máquina no tienda al enriquecimiento del empresario sino a la mejora de las condiciones de vida del individuo? Mientras las cosas sigan siendo de otra manera debo seguir resistiendo, luchando contra la normalización, la exclusión de todo aquello que se rehúsa a ser la pieza de un engranaje que devora la individualidad.
2 comentarios:
Nuestro propio engranaje, nuestra certeza de vibrar y ser.
Un besito y gracias por pasar por mi Matrioska y descubrirme este estupendo lugarcito.
¡Gracias a ti por compartir tus "delirios"!
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