viernes, octubre 19, 2012

Mentir para matar de hambre

Según Gustavo Duch hay cuatro instituciones globales que explotan los bienes y recursos colectivos del planeta para beneficio de muy pocas personas. En su artículo las explica más extensamente, lo he resumido parafraseando el texto:


  1. El Fondo Monetario Internacional: nacido para impulsar la cooperación económica y evitar otra gran depresión como la de los años 30. Dicta políticas para despolitizar y consigue transformar las depresiones en hoyos profundos.
  2. El Banco Mundial: presume de eslogan, según el cual trabaja por un mundo sin pobreza. En realidad, condiciona los préstamos y extienden la pobreza por el mundo entero. Y, 
  3. La Organización Mundial de Comercio: promueve un comercio más abierto –según su página web– y prohíbe proteger al pequeño y prohíbe no defender al grande. 
  4. La FAO, Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura: en teoría, lucha por un mundo sin hambre. Su director general, José Graziano da Silva, y Suma Chakrabarti, presidente del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo, publicaron en el Wall Street Journal un escrito que alaba y promueve las inversiones para el acaparamiento de tierras campesinas a favor de los agronegocios de exportación y especulación. 
El hambre es resultado de la escasez de alimentos, por lo que se requiere aumentar la productividad (...) Si por algo se caracteriza el sistema agroalimentario industrial es por su ineficacia a la hora de producir alimentos y combatir el hambre: en la agricultura y ganadería industrial se acaba despilfarrando la mitad de lo que se produce;
Continúa
en la pesca industrial se descarta casi 40 por ciento de lo que se pesca y –si hablamos de comer– ¿de qué nos sirve un modelo que destina las mayores plantaciones del planeta para materias primas que no consume directamente el ser humano?: granos para combustibles y piensos, árboles para celulosa, soja para cualquier cosa, etcétera. Finalmente, cuando la industria alimentaria de los monocultivos produce alimentos para las personas, éstos siguen siempre la misma ruta: de las áreas de pobreza y hambre a las áreas de dinero y abundancia.

Por el contrario, y utilizando ejemplos de los mismos países a los que el artículo se refiere, en Rusia, Ucrania y Kazajstán la productividad es muchísimo más alta en las tierras en manos campesinas que en aquellas en manos del agronegocio, como explica el documento comparativo elaborado por La Vía Campesina, Grain, Etc Group, entre otros. “Las y los pequeños agricultores de Rusia –continúa el documento– producen más de la mitad del producto agrícola con sólo un cuarto del área agrícola; en Ucrania son la fuente de 55 por ciento de la producción con sólo 16 por ciento de la tierra, mientras en Kazajstán entregan 73 por ciento con apenas la mitad de la superficie”.

Es fácil de entender: una finca agroindustrial se diseña para un monocultivo que crece a base de fertilizantes, maquinaria, pesticidas… dando por resultado un buen número de unidades alimentarias por hectárea pero castigando tanto el suelo que progresivamente sus cosechas van disminuyendo. La agricultura campesina, en la misma superficie, produce variados cultivos que hacen una cesta final mayor, cuidando –como premisa fundamental– el suelo, que cuando sólo se mantienen o mejoran sus rendimientos.

No es la capacidad productiva campesina la razón de la crisis alimentaria, sino las dificultades con las que la población campesina debe convivir para ponerla en práctica: las mejores tierras (lo hemos visto) en manos ajenas; normativas que favorecen los negocios de importación y exportación, arrinconando a las pequeñas agriculturas nacionales; la industria alimentaria subvencionada, junto con las desregulaciones, hace que se paguen los alimentos a las y los productores por debajo de sus costos, mientras que el precio final en el mercado lo marca la especulación en las bolsas de Chicago o Nueva York; la expansión de los monocultivos expulsa a millones de personas campesinas de sus tierras o se hace con sus aguas de riego, y hay muchas más razones. Si el hambre campesina –no hay duda– nace de la voracidad de la industria agraria, es inaceptable que la FAO, organismo de Naciones Unidas, olvide a los seres humanos y sus derechos para ponerse al servicio de los agronegocios de especuladores financieros, bancos o multinacionales y de sus cajas de caudales.

Si verdaderamente la FAO quiere combatir el hambre debe mejorar su análisis. La población campesina (más de la mitad de la población mundial), aun desposeída de los recursos productivos, es capaz de producir 70 por ciento de los alimentos del planeta, pero son ellas y ellos también el colectivo con mayor porcentaje de pobreza y carestías. (...)

Artículo completo de Gustavo Duch en la Jornada (20/09/2012)

3 comentarios:

José María Arroyo Bermúdez dijo...

Son los sin sentidos que genera la condición humana.La cosa se ha complicado más desde el momento en que se han empezado a destinar terrenos de cultivo para la producción de combustibles dirigidos a alimentar los depósitos de la maquinária en detrimento de alimentar a las personas. Las leyes las dictan los poderosos y las trampas también.

Cris Pérez dijo...

Y la humanidad está ahí para obedecer como borregxs.

Hoy, por curiosidad, he puesto la radio y los medios de comunicación ni se esconden en decir que se debería adaptar la enseñanza para las nuevas necesidades. Así bien educaditxs, como quieren obedecemos sin rechistar...

¡Qué rabia me dan los medios de comunicación!

José María Arroyo Bermúdez dijo...

Querida Cris, los medios de comunicación forman parte de esa maquinaria que nos somete, y los borregxs entran al trapo sin más. Yo me he propuesto desmarcarme en lo posible, y centrarme en mi entorno inmediato, prescindiendo de lo superfluo. Si de algo está sirviéndome la situación que estamos atravesando, es para comprobar que se puede vivir con bastante menos de lo que gastábamos antes, y que disponer de tiempo libre es el mayor de todos los tesoros. Acción individual.