De Elian Glasser "Lesson of the Luddites" The Guardian (17/11/11). Traducido por Lucas Antón en sinpermiso.info
(...)
Al contrario de lo que modernamente se supone, el movimiento ludita no se oponía a la tecnología en sí misma. Se oponía al modo particular en que se aplicaba. Al fin y al cabo, había habido telares para hacer medias desde doscientos años antes de que aparecieran los luditas, y no fueron ellos los primeros en hacerlos trizas. Su protesta se dirigía específicamente a una nueva clase de fabricantes que minaba agresivamente los salarios, desmantelando los derechos de la clase trabajadora e imponiendo una temprana forma corrosiva de libre comercio. A fin de demostrarlo, destruyeron de modo selectivo las máquinas propiedad de los gerentes de fábricas que recortaban precios, dejando intacto el resto de la maquinaria.
Continúa
El movimiento originario disfrutó de un fuerte respaldo local (...). Pero en la era digital, el ludismo como posición apenas resulta defendible. Igual que asumimos que los luditas originarios eran simplemente tecnófobos, se ha vuelto impensable permitir objeciones políticas de mayor calado al rumbo que lleva en su trayectoria la tecnología contemporánea.
(...) el disentimiento se desecha como un rechazo irracional del progreso o una negativa a encarar lo inevitable. Es el realismo lo que resulta especialmente difícil de contrarrestar, la noción de que la tecnología es una fuerza imparable y no negociable enteramente separada de la acción humana. No queda mucho tiempo para la crítica política cuando te están constantemente diciendo que "el mundo cambia rápidamente y tienes que mantenerte al tanto". Lo que tiene su gracia, dado que la política llena los argumentos hasta de los más puros defensores de la tecnología.
Tal como ha hecho notar Slavoj Žižek, el lenguaje de defensa de Internet – frases como el "flujo ilimitado de información" y "el mercado de las ideas" – refleja el lenguaje de la economía del libre mercado. Pero los tecnoprofetas usan también la jerga revolucionaria izquierdista. (...) crean un campo de juego equilibrado en el debate público; y se ve en los incontables reportajes de revista sobre cómo Internet fomenta la protesta de base, coloca las herramientas de producción cultural en manos de los aficionados y permite a la gente del común inmediato acceso a la información que mantiene alerta a los dirigentes políticos. Esto no es Adam Smith, es Marx y Mao.
De hecho, ambas retóricas – la del libre mercado y la de la emancipación de abajo arriba – sirven para ocultar el ascenso del capitalismo de amiguetes y la concentración de poder y dinero en lo más alto. Google está muy ocupado adquiriendo “toda la información del mundo” [lema de un anuncio de Google]. Facebook va recogiendo nuestros datos personales para el mundo que viene de la publicidad personalizada. Amazon está monopolizando el comercio de libros. El abandono de la neutralidad de la Red significa control empresarial de la Red. Una vez que todos nuestros libros, música, imágenes e información estén almacenados en la nube, serán propiedad de un puñado de conglomerados. Mientras los comités de ética debaten los riesgos y méritos de la ingeniería genética y las tecnologías reproductivas, nada se hace por regular la mercantilización de los seres humanos online (Jennifer Egan en A Visit from the Goon Squad y Look at Me).
Cambio tecnológico no equivale automáticamente a progreso. Si así fuera, le estaríamos dando prioridad a la investigación en energías renovables y la búsqueda de nuevos antibióticos. En cambio, el sector periodístico, la industria editorial y musical se encuentran en declive terminal y un millón de pantallas publicitarias "al aire libre" se abren parpadeando a la vida. Parece como si nos encaminásemos a un mundo en el que los periodistas no podrán exigir cuentas a los políticos, ni los autores escribir libros ni los músicos producir otra cosa que no sean popurrís nostálgicos. Pero será un mundo al que ciertos agentes – las nuevas empresas mediáticas y sus anunciantes – le van a sacar un bonito partido. El cambio tecnológico no es producto ni de la evolución natural ni de una revolución espontánea. Lo impulsan las élites empresariales que tienen el poder de disponer las cosas de acuerdo con sus intereses.
Habrá quien arguya que la tecnología crea inevitablemente ganadores y perdedores; que la ruta hacia la eficiencia significa recortar precios y empleos. Que el progreso, dicho de otro modo, no siempre resulta bonito.
Pero si la eficiencia fuera nuestra única meta, no estaríamos hablando de la creación de empleo como un fin en si mismo. No nos inquietaríamos por el estancamiento salarial y el consiguiente desplome del gasto de los consumidores. No estaríamos viendo en la tele a Kirstie Allsop [presentadora de programas de hogar y decoración en la televisión británica] haciendo ramilletes de narcisos con alambre con el Instituto Femenino de Gales. Y dado que los puestos de trabajo no solo tienen que ver con ganar dinero, sino también con la satisfacción y comunidad propias, el sueño de principios del siglo XX que nos liberaría del trabajo se ha convertido en una pesadilla de tecnología que priva a la gente no solo de su sustento sino de su entera razón de ser. Por no mencionar el hecho de que el “Smartphone” ha convertido nuestro tiempo de ocio en trabajo.
Parece que hemos olvidado que la tecnología es una herramienta que podemos desarrollar para alcanzar ideales democráticamente convenidos. Repasar los motivos de los rompetelares nos recuerda que la tecnología no sólo guarda relación con las máquinas. Guarda relación con las alternativas y prioridades humanas y lo que significa de verdad el progreso.
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