jueves, enero 03, 2013

El país del sudor de la frente

Había una vez un país donde la gente escogía a lo que dedicar la vida en función de una ley que se llamaba "oferta y demanda". Esa ley regulaba el prestigio de los trabajos y la gente trabajaba a cambio de dinero, lo llamaban sueldo.

En ese país, las personas elegían si querían estudiar o trabajar a edad muy temprana y esa elección las condenaba el resto de sus días. Así, cuando empezaban a trabajar, elegían su trabajo en función del sueldo, de los horarios y del tiempo libre. A nadie se le ocurría trabajar en aquello que le gustaba. El trabajo era un castigo.

A la persona que le gustaba cocinar, se dedicaba a mover papeles en un despacho. A quien le gustaba mover papeles, estaba apretando tuercas en una fábrica. A quien le gustaba pescar, estaba recogiendo basura. A quien le gustaba investigar, estaba apagando fuegos... ¡Nadie hacía lo que le gustaba y había trabajos mal vistos!

En esa sociedad tan extraña, lxs familias estaban formadas por madres y padres que tenían que mantener a menores hasta los 18 años y luego pagarles los estudios. ¡Imagínate! ¡Pagarles los estudios! Eso significaba que a partir de los 18 años, esas personas condenaban su desarrollo, su madurez y su independencia si querían continuar estudiando y que sus progenitorxs tenían el deber de mantenerlos.
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Era una sociedad dependiente e inmadura, incapaz de tomar decisiones o tener iniciativas. Nadie se dedicaba a hacer lo que le gustaba y todo el trabajo se intentaba hacer rápido y no importaba si se hacía bien o mal. Era una sociedad decadente.

El trabajo era un castigo y una obligación. La gente solo pensaba en cómo trabajar lo mínimo posible para tener más tiempo libre y hacer lo que les gustaba. Poco les importaba la calidad de su trabajo. Querían terminar su jornada laboral rápido y si podían no trabajar, mejor. Si conseguían que otras personas hicieran su trabajo, ellas podían dedicar su tiempo a hacer lo que les gustaba.

A nadie se le ocurría dedicar todo el tiempo a hacer lo que le gustaba. Tenían una ley que se llamaba "oferta y demanda" que regulaba la cantidad de gente y los salarios en función de los lugares de trabajo. Todas las personas intentaban hacerse con los puestos de trabajo con sueldos más altos y con menos dedicación. Así, cuando el "mercado de trabajo" estaba saturado, esos puestos de trabajo estaban tan colapsados que las nuevas generaciones que se habían preparado para ocupar esos lugares no tenían acceso y si lo tenían les pagaban una miseria, ya que "la oferta y la demanda" no admitía a más personas en esa actividad. Entonces buscaban otra actividad similar a la cual destinar poco tiempo y ganar mucho dinero. Poco importaba lo que les gustaba hacer o lo que se les daba bien y volvían a saturar los lugares de trabajo.

Tampoco era una sociedad muy creativa, sólo se regía por esa ley de "oferta y demanda", por el dinero. Hasta que un día esa sociedad tenía tanta gente insatisfecha y tan pocos lugares de trabajo interesantes que ofrecer que la gente empezó a reflexionar, a pensar qué querían hacer de sus vidas. Podían continuar persiguiendo la oferta y la demanda o simplemente dedicarse a hacer lo que más les gustaba.

Poco a poco, esa sociedad enferma se fue transformando, las personas dejaron de acudir a sus lugares de trabajo mal remunerados para pasar a intercambiar productos y servicios de calidad. Así a quien le gustaba coser, arreglaba y cosía ropa a cambio de unos huevos que ponían unas gallinas de una persona que le encantaba criar y mantener gallinas. A quien le gustaba educar, daba clases de lo que le gustaba a cambio de que alguien le lavara la ropa. A quien le gustaba practicar deporte, llevaba personas a hacer ejercicio y recibía a cambio el transporte. Casi todo el mundo tenía diversas dedicaciones, a las personas que les gustaba ordenar papeles sabían que debían hacer ejercicio para compensar el tiempo sentadas, algunas salían a jugar con las criaturas del pueblo, otras paseaban con personas mayores o que no se valían por sí solas. Así, se fue transformando una sociedad enferma y decadente en una sociedad feliz, con personas que podían dedicarse a lo que les gustaba y cambiar de dedicación cada vez que lo quisieran. El dinero dejó de ser su único "Dios" y como con el tiempo de sus vidas lo pasaron a dedicar a hacer aquello que les gustaba, empezaron a tener una vida feliz.

Y la institución que había inculcado en las mentes de sus gentes que había que ganar el pan con el sudor de la frente, se fue al garete y su patrimonio pasó a estar al servicio del pueblo. Las construcciones se convirtieron en viviendas, hospitales, lugares de reflexión, albergues y dejaron de ser lugares fríos, cerrados e inútiles. Pero esta, esta es otra historia.

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