lunes, julio 19, 2010

Caballero "Sobre la prisa por aprobar"

De Juan Diego Caballero. "Educación y esfuerzo" Blog: Enseñ-arte (17/07/10)

Después de treinta años de trabajo docente he terminado este curso escolar relativamente sorprendido por un fenómeno que, no siendo del todo nuevo, parece extenderse como la espuma. Me refiero a la enorme prisa que muestran cada vez más alumnos, e incluso sus familias, por obtener resultados satisfactorios en el menor plazo posible, que para ellos se sitúa en el mes de junio, independientemente de que sus aprendizajes no hayan sido del todo satisfactorios. En esta situación, el alumno parece estar más interesado en aprobar que en aprender, como si lo primero fuese una exigencia social inaplazable y lo segundo no tuviese más que un simple carácter complementario.

(...) En el fondo, en esta actitud no subyace sino una enorme intolerancia a la frustración, la confirmación en el mundo de la enseñanza de que en esta sociedad cada vez más hedonista no se está dispuesto a soportar cualquier cosa que suponga un mínimo traspiés, aunque éste sea algo tan normal y tan poco decisivo en la vida como un suspenso, del que existe además la posibilidad de recuperación tan sólo dos meses más tarde. Nadie parece interesado en decirle a estos jóvenes que no todo esfuerzo encuentra una recompensa inmediata o que ese esfuerzo ha podido ser insuficiente y, por ello, no merecedor de premio alguno. En este contexto, el siguiente paso es negar la autoridad del profesor, del profesional en cuyas manos se encuentra la adopción de decisiones sobre el futuro intelectual el alumno.

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(...) Sucede todo esto en un contexto en el que los niveles de la enseñanza están cada vez más bajos y cuando la dedicación de muchos jóvenes a las tareas intelectuales es más reducida. En un país donde el fracaso escolar está ampliamente extendido y a nadie parece preocuparle que la cultura del esfuerzo comience a desaparecer.

Pero esta situación, a fin de cuentas, no es más que el trasunto de la realidad social en la que se contextualiza. No me asombra tanto la actitud de este tipo de alumnos como la de sus familias. Ya no es difícil encontrar padres que amparan esos planteamientos e incluso los estimulan, como si el éxito o fracaso de sus hijos fuese el suyo propio. Paradójicamente este tipo de situaciones parece darse con más frecuencia en familias de clase media donde la comunicación es escasa o brilla por su ausencia, porque los padres están tan obsesionados en sus propios éxitos (personales;laborales) o tan interesados en ganar dinero que olvidan la enorme responsabilidad que poseen como educadores. Y desde luego no educa mejor quien más ampara y protege a sus hijos, sino quien les enseña que el camino para hacerse adulto está lleno de retos constantes que hay que superar; que no hay que derrumbarse ante fracasos parciales; que hay que saber caer y levantarse porque en eso consiste la vida.

(...) Pero en educación la velocidad y las prisas no son buenas compañías. Cada alumno tiene sus propios ritmos, aunque haya quien se empeñe en querer trazar otros que resultan imposibles.

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