Mi hermano ha elegido un capítulo de la magnífica obra de John Steinbeck "Las uvas de la ira" y dice:
Está tan bien escrito y toca tantas fibras que da gusto reescribirlo. (Es sólo un capítuo y de los breves):
Capítulo XXI de "Las uvas de la ira" de John Steinbeck:
"Los que habían salido de sus tierras, los que andaban buscando
trabajo, ahora eran emigrantes. Aquellas familias que habían vivido y
muerto en cuarenta acres, que habían comido o sufrido hambre con el
producto de cuarenta acres, tenían ahora todo el Oeste para vagar. Y
andaban escabulléndose, buscando trabajo; y las carreteras fueron
corrientes de seres errantes, y los márgenes de los caminos hileras de
tiendas y chozas. Detrás de ellos iban llegando más. En el territorio
central y del Sudeste había vivido una clase agraria que no había
cambiado de sistema al compás de los adelantos industriales, que no
había cultivado sus tierras con máquinas y que no conocía su fuerza ni
el peligro que representaba en otras manos. Nos habían comprendido las
paradojas de las industria. Sus sentidos podían entender todavía lo
ridículo de la vida industrial. Y entonces, de improviso, las
máquinas los desalojaron y los lanzaron a hormiguear por los caminos.
El movimiento los transformó; las carreteras, los campamentos a lo largo
de los caminos, el miedo del hambre y el hambre misma los trasformaron.
Los niños sin pan los transformaron, la eterna mudanza de un sitio a
otro los transformó, los soldó unos a otros, los unió..., es hostilidad
que se manisfestaba en los pueblos en los que los ciudadanos se
agrupaban y armaban como para repeler a un invasor..., escuadrones con
mangos de azadas, empleados y pequeños comerciantes con rifles guardando
el mundo contra su propia gente.
En el Oeste creció el pánico cuando los emigrantes se multiplicaron en las carreteras. Los propietarios tuvieron miedo por sus propiedades. Hombres que nunca habían sentido hambre, conocieron las miradas de los hambrientos. Hombres que nunca habían sentido ansias por nada, vieron en los ojos de los emigrantes la llamarada de la necesidad. Y los hombres de los pueblos y de los campos suburbanos se unieron para defenderse; y se tranquilizaron con el pensamiento de que ellos eran buenos y los invasores eran malos. (Los hombres siempre deben hacer esto cuando se aprestan a luchar.) Dijeron: "Estos malditos okies son sucios e ignorantes. Son degenerados, maníacos. Estos malditos okies son ladrones. Lo robarán todo. No tienen sentido del derecho de propiedad."
Y esto último era cierto, porque, ¿cómo un hombre
desposeído puede sentir el dolor de poseer? Y aquella gente que se
aprestaba a la defensa dijo: "Traen enfermedades, son
malolientes. No podemos aceptarlos en las escuelas. Son de otra
casta."
Y los moradores de los pueblos se esforzaron por
convencerse de lo necesario de su crueldad. Entonces formaron
agrupaciones, cuadrillas, y las armaron... Las armaron con garrotes; con
gases, con armas de fuego. "El país es nuestro. No podemos
consentir que estos okies nos los arrebaten." Los hombres armados
no poseían la tierra, pero por el momento lo olvidaban. Y los empleados
que por las noches hacían ejercicios militares no poseían nada, y los
pequeños comeciantes sólo un montón de pequeñas facturas impagadas. Pero
incluso una deuda es algo, un empleo es algo. El empleado pensaba: "Gano quince dólares a la semana. ¿Y si uno de esos malditos
okies se contetara con doce?" Y el comerciante: "¿Cómo
puedo competir con un hombre que no tiene deudas?"
Los
emigrantes bullían en los caminos, y en sus ojos se retrataba su
hambre, y sus privaciones estaban marcadas en sus ojos. No tenían
argumentos ni sistemas, nada, sino un número y sus necesidades. Cuando
había trabajo para un hombre, diez hombres luchaban por conseguirlo..., y
su arma era ofrecer sus servicios por menos dinero. "Si ese
hombre quiere treinta centavos, yo trabajaré por veinticinco."
- Si él pide veinticinco, yo lo haré por veinte.
- No; yo; yo tengo hambre. Trabajaré por quince centavos. Por la
comida. Los niños. Debería usted verlos. Les han salido unos forúnculos;
no tienen ánimos ni para jugar. Les di una fruta que encontré tirada
por el suelo, y se hincharon. Yo trabajaré por un pedazo de carne.
Y
esto era conveniente, porque bajaban los salarios y se mantenía el
precio. Los grandes propietarios estaban contentos y repartían más
prospectos para atraer a más gente. Los salarios bajaban y los precios
se mantenían al mismo nivel.
Entonces los grandes propietarios y compañías inventaron un nuevo método. Un gran propietario compró una fábrica de conservas. Y cuando los duraznos y las peras estuvieron maduros, hizo bajar el precio de la fruta a menos del costo de cultivo. Y, en su calidad de dueño de una fábrica de conservas, se pagó a sí mismo un bajo precio por la fruta y mantuvo el precio de las conservas y así obtuvo la utilidad. Y los pequeños agricultores que no tenían fábricas de conservas perdieron sus granjas, que fueron absorbidas por los grandes propietarios, por los Bancos y por las grandes Compañías que poseían también fábricas de conservas. Al pasar el tiempo, hubo menos granjas. Los pequeños agricultores se trasladaron al principio a los pueblos hasta que agotaron su crédito, la ayuda de sus amigos y de sus parientes. Y entonces ellos también salieron a las carreteras. Los caminos se poblaron de hombres codiciosos por un trabajo, capaces de asesinar por conseguir trabajo.
Y las Compañías y los Bancos fueron labrando su propia ruina, aunque sin darse cuenta. Los campos eran fértiles, y por los caminos marchaban hombres hambrientos. Los graneros estaban llenos, y los hijos de los pobres crecían raquíticos y en sus cuerpos se hinchaban las pústulas de la pelagra. Las grandes Compañías ignoraban que es muy delgada la línea que separa al hambre y a la ira. Y el dinero que pudo haberse pagado en jornales se gastó en gases venenosos, armas, agentes y espías, en listas negras, en instrucción militar. En las carreteras los seres herrantes se arrastraban como hormigas en busca de trabajo, de pan. Y LA IRA COMENZÓ A FERMENTAR".
Y mi hermano concluye: AMÉN.
Y yo respondo: AMÉN
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