Los discursos de contratos de trabajo, de flexibilización, de funcionariado, de contratos únicos, de despidos libres, de contratos fijos de hora cero, de 15$/hora y demás sarta de triquiñuelas del sistema mercantil ponen precio a nuestras vidas.
Cambiamos nuestros tiempos biológicos por dinero y cuando agotamos nuestra energía valorable monetariamente nos convertimos en marionetas de consumo. Ya no vivimos, sólo somos una pieza más de un engranaje maquiavélico que nos destruye como civilización, como especie viva.
Las vidas no tienen precio, por mucho que a las aseguradoras les salga más a cuenta pagar unas cuantas vidas que protegerlas. Nuestro tiempo no tiene valor, la economía es un subsistema al servicio de la humanidad, para facilitarle y acomodarle la vida.
¿Es más vivible la vida en un suburbio urbano que en el campo?
¿Es más vivible comer basura o nutrirse con productos que tengan sabor y no necesiten potenciadores perjudiciales para nuestra salud?
¿Es mejor vida trabajar 40 horas por un sueldo ridículo para llegar a casa y encender la caja tonta o meterse en un gimnasio en una bici estática como un hámster? ¿O trabajar menos horas, compartir vivienda, vehículo, cocina y tener tiempo para hacer todo aquello que tenemos pendiente por hacer: pintar, leer, ir a conferencias, cocinar, limpiar el trastero, cuidar nuestra dieta, charlar con las amistades, atender a nuestras familias, hacer bricolaje, recoger hierbas, practicar yoga, limpiar el lavabo, participar e informarse de la cosa pública, buscar un trabajo que nos motive más, emprender y encontrar socixs, mantener limpias las calles y los bosques...?
¿Quien nos paga todo eso?
En cambio, pagamos por sanar enfermedades provocadas por actividades empresariales que pierden la perspectiva de los daños que ocasionan cuando crecen de tamaño y cuanto mayores peor, ya que controlan todo el sistema y destrozan actividades económicas pequeñas, arrasan el entorno y presionan a dirigentes y personas asalariadas para obedecer sus designios.
Pagamos las infraestructuras de un modelo de transporte que nos aleja de nuestras viviendas y nos resta horas de vida.
Pagamos por un modelo de gestión de agua que desertiza y acelera el cambio climático.
¿Realmente necesitamos este sistema de destrucción? Espero que la humanidad despierte de una puñetera vez. Nuestras vidas no tienen precio, la economía está a nuestro servicio. La vida está en el centro.
¿Qué vida merece la pena ser vivida?
Cambiamos nuestros tiempos biológicos por dinero y cuando agotamos nuestra energía valorable monetariamente nos convertimos en marionetas de consumo. Ya no vivimos, sólo somos una pieza más de un engranaje maquiavélico que nos destruye como civilización, como especie viva.
Las vidas no tienen precio, por mucho que a las aseguradoras les salga más a cuenta pagar unas cuantas vidas que protegerlas. Nuestro tiempo no tiene valor, la economía es un subsistema al servicio de la humanidad, para facilitarle y acomodarle la vida.
¿Es más vivible la vida en un suburbio urbano que en el campo?
¿Es más vivible comer basura o nutrirse con productos que tengan sabor y no necesiten potenciadores perjudiciales para nuestra salud?
¿Es mejor vida trabajar 40 horas por un sueldo ridículo para llegar a casa y encender la caja tonta o meterse en un gimnasio en una bici estática como un hámster? ¿O trabajar menos horas, compartir vivienda, vehículo, cocina y tener tiempo para hacer todo aquello que tenemos pendiente por hacer: pintar, leer, ir a conferencias, cocinar, limpiar el trastero, cuidar nuestra dieta, charlar con las amistades, atender a nuestras familias, hacer bricolaje, recoger hierbas, practicar yoga, limpiar el lavabo, participar e informarse de la cosa pública, buscar un trabajo que nos motive más, emprender y encontrar socixs, mantener limpias las calles y los bosques...?
¿Quien nos paga todo eso?
En cambio, pagamos por sanar enfermedades provocadas por actividades empresariales que pierden la perspectiva de los daños que ocasionan cuando crecen de tamaño y cuanto mayores peor, ya que controlan todo el sistema y destrozan actividades económicas pequeñas, arrasan el entorno y presionan a dirigentes y personas asalariadas para obedecer sus designios.
Pagamos las infraestructuras de un modelo de transporte que nos aleja de nuestras viviendas y nos resta horas de vida.
Pagamos por un modelo de gestión de agua que desertiza y acelera el cambio climático.
¿Realmente necesitamos este sistema de destrucción? Espero que la humanidad despierte de una puñetera vez. Nuestras vidas no tienen precio, la economía está a nuestro servicio. La vida está en el centro.
¿Qué vida merece la pena ser vivida?
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