Existe una cosa tal como la gratitud fundamental por todo aquello que es como es; por lo que nos es dado y que no hemos hecho; por las cosas que son phy sei y no nómq (en griego, respectivamente, “por naturaleza” y “por convención”)
(p. 60)
La grandeza de este pueblo consistió una vez en que creía en Dios y creía en Él de tal manera que su confianza y su amor hacia Él era mayor que su temor. ¿Y ahora este pueblo sólo cree en sí mismo? ¿Qué provecho cabe esperar de ello?
(p. 61)
(...) Soy independiente. Pero esto significa (...) que no pertenezco a ninguna organización y que siempre hablo exclusivamente en nombre propio; y, por otro lado, que tengo gran confianza en el sebstdenken – pensar por sí misma – de Lessing, al que, según pienso, no puede sustituir ninguna ideología, ninguna opinión pública ni ninguna clase de “convicciones”. (...) No lo entenderás mientras no te des cuenta de que en realidad son míos y de nadie más.
(p. 62)
El mal no es nunca “radical”, que sólo es extremo, y que carece de toda profundidad y de cualquier dimensión demoníaca. Puede crecer desmesuradamente y reducir todo e mundo a escombros precisamente porque se extiende como un hongo por la superficie. Es un “desafío al pensamiento”, como dije, porque el pensamiento trata de alcanzar una cierta profundidad, ir a las raíces y, en el momento mismo en que se ocupa del mal, se siente decepcionado porque no encuentra nada. Eso es la “banalidad del mal”. Sólo el bien tiene profundidad y puede ser radical.
(p. 63)
La democracia fue aborrecida debido a que pretendía que prevaleciera la opinión pública sobre el espíritu público, siendo expresión de esta perversión la unanimidad de la ciudadanía: “Cuando los hombres ejercen su razón serena y libremente en torno a un cierto número de problemas diversos, es inevitable que surjan diferentes opiniones sobre algunos de ellos. Cuando son gobernados por una pasión común, sus opiniones, si se pueden llamar así, serán idénticas” (James Madison, The Federalist Papers, nº 50)
Existe una “decisiva incompatibilidad entre el gobierno de una “opinión pública” sostenida de modo unánime y la libertad de opinión”, pues “el gobierno de la opinión pública pone en peligro incluso la opinión pública de esos pocos que puedan tener la fuerza para no compartirla. [...] Esta es la razón por la que los Padres Fundadores tendían a equiparar el gobierno fundado en la opinión pública con la tiranía”. La cuestión es que “las opiniones nunca pertenecen a grupos, sino exclusivamente a individuos, quienes “ejercen su razón serena y libremente”, y ninguna multitud, ya sea la multitud de una parte o de toda la sociedad, será nunca capaz de formar una opinión”. Los grupos de interés forman pseudoopiniones, y si tales grupos, por cualesquiera razones, acertadas o equivocadas, se sienten amenazados, intentarán dejar fuera de su comunidad a las personas “independientes”, que no pertenecen a ninguna organización.
(p. 65)
Hannah Arendt “Eichmann en Jerusalén” Claves de la razón práctica 190 (2009)
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